Gonzalo Magallanes.

Bajó 25 kilos en dos meses, sin pasar hambre. Hace aproximadamente diez años que se mantiene en su peso.

No voy a negar que es hermoso de vez en cuando darse unos atracones bárbaros, o participar en comilonas con motivo de algún festejo, o simplemente comer lo que realmente nos encanta y que por lo general engorda, pero… ¿saben una cosa? Yo ahora lo puedo hacer sin culpa y de manera ordenada. ¿Cómo es posible esto? Les cuento.

Siempre fui gordo, obeso, rollizo, pero feliz. De chico, en el fútbol siempre iba al arco, nunca jugaba de delantero o mediocampista con proyección. En el ring-raje me agarraban siempre. Treparme a mi árbol era un triunfo. Obviamente, tenía problemas con la ropa, que casi nunca me quedaba cómoda. Ni hablar de lo que sufría en verano. Me transpiraba la vida y, con aquellas capas de tejido adiposo, el calor se multiplicaba.

Llegó la adolescencia y las cosas cambiaron. Cambió el carácter, cambiaron los gustos y cambiaron las necesidades. Era una etapa muy, pero muy decisiva para mí: vivirla a pleno y del modo más feliz posible iba a marcar la manera en que encararía el resto de mi existencia.

La felicidad es la razón por la que vivimos, pero cada ser humano tiene su particular parámetro de lo que es la felicidad. Yo tuve una infancia muy feliz, pero cuando entré en la adolescencia noté que algo me estaba pasando, algo no estaba funcionando bien. Tenía amigos, me llevaba de diez con mi familia, no me iba mal en el colegio… pero ya no estaba cómodo con mi zapán, empezaba a sentirme mal con mi aspecto, no me gustaba a mí mismo, y eso ya es gravísimo.

Si uno tiene la suficiente personalidad -y yo en esa etapa estaba forjando la mía-, no le importa la opinión de los demás, pero lo que sí es fundamental para sobrellevar los avatares cotidianos es estar conforme con uno mismo, y no lo digo sólo desde el punto de vista estético, sino con respecto a los propios logros.

El profesor de educación física de mi colegio me vio condiciones para jugar al rugby; por supuesto, para ocupar el puesto de pilar, en el que se necesita tener un gran peso (ésa es una de las muchas virtudes de este hermoso deporte: ¡los gordos son imprescindibles!). Empecé a jugar en el equipo colegial y luego en el San Isidro Club. A través del juego podía aliviar la angustia que me causaba la obesidad. Pero me agotaba muy rápido, no terminaba los partidos en buenas condiciones, no rendía todo lo que era posible. No alcanzaba la voluntad; me sentía muy, pero muy pesado, y les confieso que no era atractivo para las mujeres. Como también hacía pesas, me parecía a un paquete de yerba. Hasta que me cansé.

A mediados de 1992, yo tenía 22 años y pesaba 100 kilos (¡una barbaridad!). Me puse en contacto con la licenciada en nutrición Alicia Crocco, a través de mi padre, que era paciente de ella. Además de conocer a una persona maravillosa, encontré la solución a mis problemas.

Era lo que yo buscaba: seguir una dieta en la que únicamente se ordenaran las comidas y se efectuara una adecuada selección de alimentos y formas de preparación, sin recurrir a pastillas, suplementos ni químicos extraños. Iba a ser una prueba de fuego para mí, que siempre tuve inclinación por comer exageradamente, deglutir, devorar. Pero un jugador de rugby no se achica ante nada.

Las primeras dos semanas, debo admitir, fueron muy duras, no porque pasara hambre, sino porque me di cuenta de las porquerías que comía en exceso y que tanto daño me hacían. En esas dos primeras semanas bajé 6 kilos y me dije: “Bien, vamos por el buen camino; ¡fuerza, Gonzalo!”. Al cabo de un mes y medio de seguir las indicaciones de Alicia, logré bajar 25 kilos.

Mi dieta se basaba en una selección de hidratos de carbono complejos (Alicia me enseñó que se encuentran en panes integrales, pastas, lentejas, arroz integral, papa, batata, choclo), que debían estar presentes en todas las comidas. Consumía muchos vegetales crudos de todos los colores, frutas frescas, quesos magros, leche y yogur descremados y también carnes magras, pero, como Alicia siempre insistía, sin exageración.

¿Las consecuencias? Mi figura se afinó notablemente. Rendía el doble en todos los aspectos de mi vida: en el deporte, en el trabajo, en el estudio; en absolutamente todas mis actividades cotidianas se notaba el cambio. Tenía una gran vitalidad y quizá lo más gratificante fue que las mujeres empezaron a darme más bolilla. En resumen, me cambió la vida.

Muchos hacen dietas para tener resto y luego matarse comiendo el doble. Dicen que lo que llaman “el buen comer” es una necesidad fisiológica, pero yo, como obeso recuperado, doy testimonio de que es un vicio; comemos, y mal, por aburrimiento, por angustia, por gula.

Claro que tampoco es cuestión de no comer. ¿El secreto? Ordenar las comidas y consumir lo que cada organismo en particular requiere. No todos necesitamos la misma dosis de alimentos; debemos determinarla con el asesoramiento de un profesional que nos guíe para modificar nuestros hábitos alimentarios incorrectos y nuestro estilo de vida.

Otra cosa: hace ya casi seis años que dejé de jugar al rugby. Por cuestiones laborales y de estudio, mi actividad deportiva se redujo al mínimo, pero no aumenté de peso. Tuve que disminuir la cantidad de calorías diarias, de acuerdo con la indicación de Alicia, porque el desgaste es menor. Me doy mis lindos atracones, pero en forma ordenada y sabiendo qué hacer posteriormente. Ya no tengo ansiedad por ciertos tipos de alimentos. Todo esto es posible porque cambiaron mis hábitos alimentarios y cuido los resultados que obtuve con mi esfuerzo personal y con la ayuda de Alicia.

No bajen los brazos. Yo pude hacerlo, y continúo por el camino de la salud para mantener el éxito. Ustedes también podrán.

Comentario: Este testimonio fue extraído del libro La dieta positiva. Gonzalo se mantiene en su peso saludable desde hace diez años y jamás volverá hacia atrás, porque cada vez que me contacto con él compruebo que se siente feliz por el resultado que logramos.

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