Testimonio extraído del libro Creo & Adelgazo. 1° Edición.

Valeria M.

Hola a quien llegue a estas páginas. Antes que nada, quiero darles la bienvenida. Sí, la bienvenida a mi historia. Como toda historia, tiene algunas partes más bellas y otras donde la ayuda de Dios fue y es fundamental en mi vida.

Durante mucho tiempo, fui una persona flaca y feliz con mi cuerpo; era mi época adolescente. Si bien era muy flaca, como también soy muy alta, siempre tomé los recaudos, por consejo y el cuidado de mi madre, para no parecer demasiado provocativa. Lo cierto era que, usara lo que usara, me quedaba lindo. ¡Qué buenas épocas aquellas! Pero no la recuerdo con tristeza, sino como una buena etapa de mi vida y como un objetivo para retomar las cosas que me hacían bien.

Luego me puse de novia, a estudiar en la facultad y conseguí un trabajo estable. Todo esto significó resignar tiempo libre que ocupaba generalmente con deportes y dedicarme, atrás de un escritorio, a realizar un único deporte: mover la mandíbula, no sólo para hablar, sino para comer, comer y cada vez comer MÁS… y de pronto…, como si nada, diez kilos más… Como no era tanto, comencé una dieta… Y claro…, como toda dieta realizada sin ayuda profesional…, duró menos que un suspiro…, pero la consecuencia se tradujo en varios kilos más agregados a mi cuerpo.

Intenté, para solucionarlo, ir a los grupos de autoayuda, pero escuchaba al resto y no lograba identificarme. Siempre decía que hacía todo bien, pero mentía a menudo. Otra actividad pronto ocupó ese horario y dejé ese espacio.

Luego, desafortunadamente, tuve que pasar por una seguidilla de esos hechos de los que uno prefiere no acordarse… Uno aprende con el tiempo que lo que no te mata te acerca más a Dios… O al menos ese fue mi caso. Pero claro, en ese momento mi voluntad estaba muy nublada…, por lo que me agredía con más comida. Lo peor era que sentía que no me comprendían y que yo podía controlarlo, entonces, cuando no me ofrecían repetir o sacaban la bandeja de la mesa, me apresuraba a tomar más comida, aunque no la quisiera. Era una rebeldía, pero, sobre todo, era una forma de alejarme del resto, de quienes al querer cuidarme me discriminaban o me trataban diferente. Fue una situación muy fea…

Dios me ha dado un ánimo optimista y no me gusta sentirme mal. La vida tiene muchas cosas lindas, más allá de las cosas que a veces nos hacen crecer de golpe… Y uno con el tiempo aprende el porqué de las situaciones… Pero, además de crecer de golpe…, seguía creciendo el número en la balanza… y opté por… ir al gimnasio y no hacer dieta… ¡Claro, después del sedentarismo bajaba muy bien! Pero cambié de trabajo y el gimnasio no me quedaba cerca…, motivo por el cual renuncié…

Luego, opté por hacer lo opuesto: dieta y no gimnasia… Como sabía que sola no podía, fui a una especialista de una prepaga… y me sentí muy mal al ver que tenía las mismas dietas estructuradas de siempre, que el no poder hacer algo era culpa de mi falta de voluntad y que era lo suficientemente grande como para saber qué era lo mejor para mí.

De ahí pasé por dietas milagrosas de todo tipo, desde la del astronauta hasta la auriculoterapia… Bajaba, claro, pero cada vez que largaba, volvía a subir más de lo descendido. Después, pretendí ser autosuficiente…, ya que si dependía de mí… Las dietas las sabía de memoria…, pero descubrí que uno es más condescendiente con uno que con los demás… y evitaba bastante la balanza y las fotos (¡enemigos que hacen enfrentarse con quien uno es, PUES NO MIENTEN!). Claro, después de un nuevo fracaso, intenté lo que sé que muchas pasamos: creer que uno está bien así y que no importa el peso, sino el corazón (vaya ironía: para cuidar el corazón hay que cuidar el peso…).

Estando en esa etapa de “me acepto así”, Dios me dio dos señales que capté de inmediato y no pude dejar de ver con claridad. Una fue una foto de entrecasa que me sacó mi novio. Ni bien la vi, la aborrecí y dije: “Esta no soy yo”, y si bien la borré de la cámara, quedó en mi retina y en mi mente como lo que SÉ que no quiero volver a ser. Con esa sensación, estaba un día preparándome un café en el trabajo y escuché la conversación de dos compañeras que hablaban de una nutricionista. Me llamó la atención que quien estaba siguiendo el plan estuviera muy animada, así que me integré a la charla y le consulté.

Así llegué a Alicia, contándole todas mis negaciones, frustraciones y desconfianzas, y ella me dio apertura, entendimiento, comprensión. Un plan nutricional amigable, una compañera fiel a la hora de enfrentar el problema y, sobre todo, con poder de decisión. Me enseñó y me enseña a diario que todo es un aprendizaje cotidiano, que todo se puede, pero en su justa medida, a valorar cada logro. A ponerse metas posibles, a superar desafíos, pero siempre con alegría, gozo y en la paz de saber que uno está en manos de Dios.

Hoy en día, estoy feliz de ver que cada semana puedo ponerme nuevamente una prenda que ya no podía usar, que me tienen que achicar otras que ya me quedan grandes. Alicia me enseñó a valorar la actividad física al nivel de las otras actividades, ya que es fundamental para mi salud tanto física como mental. Al respecto…, quiero contarles algo que me pasó:

Como les comenté, solía hacer mucho deporte. Al retornar al club, quise, sin darme cuenta, recuperar ese tiempo perdido. Una vez más, por no escuchar a mi cuerpo y forzarlo más de lo que podía, tuve que parar un mes más. De esto estoy aprendiendo y, mal que me pese, estoy yendo y aumentando paulatinamente las clases para reacomodar mis músculos y articulaciones, despertándolos para que dejen su pereza. Me imagino que estás pensando: “Pero a vos te gusta el deporte y a mí no”. Si yo pienso en actividades como aeróbica o aparatos, ¡también me resultan aburridísimas!, pero probé con otras actividades como acuática, bailes varios, etc., y encontré varias donde me divierto y me siento bien al ver que PUEDO. Y aunque los gimnasios son costos, es salud, y mi salud lo vale.

En estos días, estoy atravesando algunas situaciones diferentes a las habituales y me asombro de ver cómo puedo separarlas de la comida. Y esto a la vez me da fuerzas para seguir en pos de un peso saludable. Por último, quiero agradecerte el que hayas compartido mi historia y le pido a Dios que te dé las fuerzas para tomar esa decisión de dar un paso hacia tu bienestar. Éxitos.


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