La mayoría de los seres humanos disfrutamos de la comida no solo para satisfacer el apetito, sino también porque es agradable a nuestro paladar. Pero ¿lo que ingerimos sirve para que nuestro organismo cumpla su función normal o provee elementos perjudiciales que nos conducen a sentirnos sin energía vital, con un desequilibrio sanguíneo u óseo?
Esa desarmonía nos indica que parte de lo que incluimos en nuestra alimentación diaria favorece la aparición de enfermedades, como las cardiovasculares, la obesidad, la diabetes, la hipertensión arterial, la gota, la osteoporosis y otras.
La mala elección de alimentos hace que probablemente tengas un alto porcentaje de grasa corporal, que podrías evitar con una buena alimentación. Toma conciencia y obsérvate. ¿Cómo se encuentra tu química orgánica? ¿Qué sucede con tu agilidad y otros aspectos de tu vida? Será beneficioso que no consideres el exceso de peso únicamente como una cuestión de estética, sino como un problema que implica la posibilidad de que llegues a enfermarte.
El apresuramiento por lograr el peso saludable —mal llamado peso ideal— es un factor negativo. Necesitarás dedicación para modificar tus hábitos alimentarios, para planificar las comidas y para incorporar a tu vida la actividad física (caminatas, gimnasia o deportes), que te ayudará a disminuir la ansiedad. Tendrás que aprender a seleccionar los alimentos diarios y sus reemplazos semanales, y a identificar los alimentos “prohibidos” (que en algún momento se incluirán con una frecuencia de consumo y una cantidad admitidas), para que no perjudiquen la evolución del tratamiento.
No todas las personas adelgazan de igual manera. No todas aceptan enseguida la modificación de sus hábitos alimentarios y la rutina diaria de ejercicios. Y no todas llegan a la etapa esperada: el peso saludable. Los que apresuran el tratamiento no permiten que el descenso sea gradual y sin efectos nocivos. Se fijan únicamente en lo estético y no tienen en cuenta la salud física y psíquica. Muchos vuelven a comenzar; al hacerlo deberán tener en cuenta que, si se apresuran, obtendrán los mismos resultados que en intentos anteriores y otra vez se sentirán frustrados.
“Para que pueda surgir lo posible, es preciso intentar una y otra vez lo imposible” (Hermann Hesse).